Por qué engordamos

Esta entrada pertenece al capítulo: Sobre la obesidad y las obesidades
 
Primera parte: La armonía en las dietas para adelgazar
Segunda parte: El comportamiento alimentario
Tercera parte: La evaluación del sobrepeso y la obesidad
 

POR QUÉ ENGORDAMOS

Las causas más frecuentes de esta acumulación de kilos a lo largo de los años, con excepción de razones patológicas muy concretas (hipotiroidismo, diabetes, etc.) y de otros factores hereditarios, se debe a un desequilibrio entre la cantidad de calorías ingeridas a diario y el gasto calórico efectuado. En otras palabras, comemos más de lo que necesitamos. Y no valen prendas: el que come mucho y gasta poca energía, indefectiblemente engorda.
No obstante, resulta curioso observar cómo el obeso se resiste a aceptar que su exceso de grasa obedece a esta razón tan simple y se aferra a cualquier excusa con tal de no admitir que su aumento de peso sea debido a un exceso de aporte calórico.
«El desorden consiste en tomar más sustento del que conviene.» (Nieremberg.)
«Hay que comer para vivir, no vivir para comer.» (Moliére.)
Si calculamos de forma aproximada el tiempo que empleamos en comer y beber en la vida adulta, nos da la extraordinaria cifra de 1.254 días en una vida de setenta años y siempre que lo hagamos de forma rápida, sin deleitarnos en largas y alcohólicas sobremesas. Y si no somos conscientes del tiempo utilizado, menos aún lo seremos a la hora de evaluar nuestros aportes calóricos o nuestros gastos.
El aporte energético es difícil de calcular, porque no todo el mundo conoce el valor calórico y nutritivo de los alimentos, de la misma manera que es difícil saber cuáles son los gastos calóricos que se producen durante la jornada.
Es necesario informarse bien sobre las propiedades de los alimentos y desterrar muchos tabúes impuestos por la cultura popular, que no por la científica. Hay que desterrar, por ejemplo, la creencia de que comer carbohidratos (harinas, azúcares, arroz, etc.), antes de las siete de la mañana supone no engordar. Esta barbaridad sería igual que decir que si circulamos con nuestro coche antes de dicha hora, no gastamos gasolina.
El hombre que quiere aprender a alimentarse, no a comer, como cree mucha gente, debe aceptar primero que la medida es lo más importante; puede comer de todo, pero con medida, con equilibrio. No olvidemos que las enfermedades son, generalmente, los intereses que se pagan por los placeres. De ahí la extraordinaria importancia de la manera de comer respecto al estado de salud y de que el curso de cualquier enfermedad se deba a que por ninguna otra vía le entran al cuerpo mayor número de sustancias activas que por la intestinal.
Y con respecto a esto debemos recordar algo primordial: si todas las enfermedades tienen un padre, la madre es siempre la alimentación, lo que debe llevarnos a todo tipo de reflexiones, ya que, si nos fijamos bien, observaremos cómo la sabiduría popular ya intuía este problema con refranes y sentencias muy lapidarias, pero absolutamente convenientes.
«De grandes cenas, están las sepulturas llenas.»
«Cuanto menos comamos, más se llenará de luz nuestro corazón.» (Locución árabe.)
«El hombre frugal es su propio médico.» (Adagio latino.)
«Hace falta comer como un hombre sano y beber como un enfermo.» (Precepto alemán.)
«Cava la tumba con los dientes.» (Proverbio chino.)
Pero tal vez sea Cervantes quien a mi juicio diera con la clave de la dietética moderna, cuando dice: «Come poco y cena más poco, que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago
Les sirvo ahora una pequeña dosis científica, les hablo de antropometría, la ciencia que considera que el organismo humano está dividido en dos compartimentos de diferente composición: FAT y FFM.
 

FAT y FEM

El FAT es el compartimento que contiene toda la masa grasa, que se necesita para la vida; se puede perder con rigor científico sin perjuicio para la salud, y deben mantenerse unos mínimos que no hay que reducir.
La FFM o Fat Free Mass es el compartimento que contiene todo el resto, es decir, músculos, huesos, órganos, agua, etc. También se conoce como masa magra, un compartimento vital para la salud y que conviene mantener bajo control, sobre todo en dietas para adelgazar. Debe ser un valor constante, ya que su pérdida creará graves perjuicios para el organismo.
Conocer el FAT y la FFM tiene las ventajas de:
a) no arriesgarse a perder masa magra;
b) saber si se debe efectuar una dieta hipocalórica;
c) conocer a priori si esta dieta tendrá éxito; y
d) qué nivel de pérdida de peso se podrá obtener, ya que si la FFM es muy elevada (deportistas, culturistas, etc.), la dieta tendrá poco éxito, porque a mayor FFM menor FAT, y viceversa.
A través de la impedancia bioeléctrica podemos conocer estos comportamientos (FAT y FFM) y también la cantidad de agua total de su organismo, y con todo ello si padece un problema de retención hídrica.
Son cuestiones muy importantes para el médico, pero que usted lo conozca me parece, cuando menos, fundamental. Si cuidamos nuestro coche proporcionándole lo que podríamos considerar como mimos, y nuestro negocio es llevado con escrupulosidad evitando acciones que lo dañen, no es concebible que descuidemos el organismo que es el «negocio» por antonomasia, pues en el cuidado del cuerpo radican la longevidad, la salud y la calidad de vida.
Pero la sociedad de consumo nos ha hecho ver que el éxito es consumir, cuando, justamente, lo que debemos evitar es consumir nuestras energías, para lo que debemos eludir las muchas incitaciones a alimentar-nos placenteramente y atender las que nos inducen a la nutrición inteligente, que, por cierto, no tiene por qué ser desagradable, pues hay miles de combinaciones y de posibilidades para disfrutar de una buena mesa, a la par que procuramos la imprescindible racionalidad.
Independientemente de la estética, de gran importancia en nuestros días, lo fundamental es lo saludable, pues el éxito absoluto lo constituyen sin duda la salud y la larga vida. Cuidemos la oficina del estómago, si queremos mantener en armonía el negocio de la vida. Y no se trata de que usted ahora me dé la razón, si-no de que vaya estableciendo poco a poco las pautas  para un cambio importante en su alimentación a medida que vaya comprendiendo las premisas dietéticas.
Si se plantea con seriedad la siguiente idea, ya estará en el camino acertado: la causa de la obesidad es una alimentación hipercalórica (excesivas calorías), demasiado rica en hidratos de carbono y grasas en relación a la escasa actividad física desarrollada.
Además, debemos tener presente que una vez alcanzado cierto grado de obesidad, basta un exceso diario y muy pequeño de alimentos para que ésta se mantenga o aumente. Un importante obstáculo para el tratamiento de la obesidad es la resignación con la que los pacientes aceptan su situación, lo que les hace abandonar la imprescindible colaboración con el médico, pues consideran que «su naturaleza» es diferente, y este entreguismo suele ser el mayor inconveniente con que nos encontramos en la práctica diaria. Debemos tener muy presente que el éxito en toda cura de adelgazamiento mediante dietas para adelgazar depende, fundamentalmente, de la disciplina del paciente a la hora de seguir una dieta. Y no hay otra medida que ésta.
Los numerosos remedios milagrosos para adelgazar, o dietas milagrosas para adelgazar, son ineficaces cuando no peligrosos. No hay adelgazamiento, si no controlamos la alimentación. Y es que la obesidad se constituye bajo un conjunto de condiciones, cuyo elemento principal será el exceso de aportación calórica con arreglo a las necesidades orgánicas.
Se cree que en el organismo humano existe un centro llamado set-point o punto de regulación, que actúa como controlador del peso y que en los obesos suele estar alterado. Esto explica el hecho de que muchas personas con sobrepeso, que siguen comiendo la misma cantidad/calidad de alimentos, lleguen a un punto en el que no engordan más.
No es probable llegar al peso máximo en el primer engorde, sino que éste se alcanza en momentos sucesivos y, por lo general, se estabiliza antes de los cincuenta años. Cuando se adelgaza y luego se vuelve a engordar,  este centro se altera, provocando lo que se llama efecto rebote, fenómeno que también aparece cuando se adelgaza demasiado (por debajo del peso normal) o cuando para rebajar peso se utilizan ciertas drogas (anfetaminas). El centro de control del set-point está regulado por el hipotálamo (situado en la base del cerebro) y es el verdadero regulador de la obesidad.
La falta de actividad física hace que el mecanismo regulador del set-point sea menos efectivo. En entradas sucesivas de esta temática me hago de pronto una pregunta importante: ¿Nos estamos haciendo amigos, o toman ustedes lo expuesto hasta ahora como una acusación?
Si responde de forma positiva a la primera parte de la pregunta voy por el buen camino, pero si lo hacen a la segunda, alguno de los dos, usted o yo, nos estamos equivocando. Y es que comprendo a la perfección que si les sugiero que han de comer menos y además hacer ejercicio físico, puedo estar pareciendo algo exigente o antipático.
Verán: se trata de que coman menos, pero también de que coman mejor, de forma más satisfactoria, y a la par, que, con un moderado ejercicio, esa alimentación sea eficazmente asimilada, lo que nos llevará al equilibrio nutricional. En definitiva, un cierto sentido de la austeridad siempre es bueno y si la comida es justa y bien aderezada, y la compañía excelente, qué más podemos pedir.
Y esto, que le viene bien al cuerpo y al alma, es además muy recomendable en tiempos de crisis. Una invitación a almorzar, no tiene por qué ser ruinosa. Un plato de pescado tras una sopa o un gazpacho y un postre de fruta natural, lo soportan bien el cuerpo y la cartera. Shakespeare decía que «pequeña comida y gran acogida hacen alegre el festín».
¿Sonríe usted de nuevo? Si es así, hemos recuperado el rumbo.